Una canción real de (h)amor

16.04.2012 por Carolina León

(cc) Julio Albarrán

Es muy difícil explicar a alguien que no conoce qué es Fundación Robo. “¿Pero qué vamos a ver?” Es un grupo, pero no lo es... Es una plataforma colectiva... “¿Pero quiénes van a tocar?” Bueno, Roberto Herreros, Joseba Irazoki y creo que Nacho Vegas y otros músicos... “Ah, ¿y lo suyo es canción protesta?” Bueno, ellos prefieren hablar de canciones colectivas... y ahí está sin duda. Vamos a quedarnos con la siguiente definición/invitación (que me saco a posteriori): “Vente a escuchar un concierto de un colectivo que cantan para un colectivo mayor”.

La idea de qué es un grupo, cómo funciona por dentro, qué tensiones tiene que manejar o qué aspectos de la vida tienen que cuidar en común para convertirlas en riqueza colectiva han sido algunos de los temas que hemos discutido (hasta la saciedad, sin saciarnos jamás) en las Residencias Copylove de este 14 Festival. Sea como sea, y teniendo en cuenta que un concierto es un espacio lúdico, y no exactamente igual a sentarse a hablar con otras, el concierto de Fundación Robo parecía traernos algunos de los asuntos tratados, como el montador que realiza una síntesis total de muchas horas de metraje en bruto, como la salsa que se ha condensado en la cacerola dejando solo sabores (saberes).

Nacho Vegas presentaba en la primera parte al “colectivo” que se adueñó de la escena del Teatro Alameda: “Somos una delegación de Fundación Robo y vamos a tocar canciones con mucho copylove”. Sin embargo, ya habéis visto, aquí también hay nombres propios -el DNI aun parece que importa, aunque no sea más que para llevarte las tortas correspondientes-, pero de lo que se trata es de diluirse en un proyecto común, en un espacio amorfo que entrega y devuelve sentido. Por ahí vamos.

Pero ¡atención! Uno de los retos a los que se enfrenta Fundación Robo desde su inicio es al de devolvernos la simpatía por la canción política. Recuperar la posibilidad de sentido combativo, contestatario y activista de una canción: sano y fundamental. Así, en la plataforma se pueden encontrar los aportes tanto del “grupo original” como de otras bandas y músicos que han querido escribir y/o adaptar una canción para sumar a este lenguaje.

De lo que se ha tratado -apunto, unilateralmente- es de investigar en un lenguaje que “nos represente”.

Bien, ¿sucede eso cuando escuchamos Santa Bárbara bendita o Gallo rojo, gallo negro ? No lo sé y tengo mis dudas, por más que el himno de los mineros asturianos me levanta las más agudas nostalgias y dolores abstractos.

¿Nos representan las canciones de Fundación Robo, su puesta en escena y los visuales que nos dejaron para ilustrar las canciones parasimpáticamente? ¿Nos representan Disonancia cognitiva o Cómo hacer crac ? Su escritura coincide con el momento, la rebelión y el ansia de intervenir políticamente que hemos experimentado en estos tiempos (Herreros definía Fundación Robo como “un proyecto colectivo con un plan de trabajo más cercano al periodismo que a una producción musical al uso”). La difusión de estas “canciones políticas” de aquí y ahora se limita a las redes y la viralidad que muchas les podemos prestar: están muy lejos de ser “del 99%”, pero son esas canciones ad-hoc las que, creo, están consiguiendo releer algunos de nuestros conflictos, emociones y problemáticas. Movilizados. Críticos. Expansivos. Hackers de lo real.

Es decir: nos identificamos regular con las actualizaciones de Chicho Sánchez Ferlosio (por más que nos guste), escuchamos la duda, la falta de definición y la explosión política en versos como “Ahora que estamos en pie / y nada nos puede detener / es importante saber / cómo hemos tejido esta red”.

Y siempre suena una canción molesta

“Una canción real de (h)amor” y “Siempre suena una canción molesta” son dos de los versos que cacé al vuelo durante el concierto, en temas que no conocía previamente. Y creo que ambos, en pareado, definen bastante bien el concierto del sábado de Fundación Robo. Creación/devolución de afectos y espacio crítico de scratch mental. La “delegación” de la Fundación Robo desplegó un repertorio mucho más rico que el que les hemos escuchado en otros shows, con un set mínimo de instrumentos y mucha más solidez. Se apoyaron -para mí, novedad - en unos visuales que ampliaban y jugaban con los significados, aunque no siempre resultaban en un diálogo de contrastes. La sorpresa llegó hacia la mitad, más o menos: entonces la escena fue ocupada por los músicos de Pony Bravo, que interpretaron Superbroker . Intervino, en una larga sesión de ritmos y samples, el Mopa, quien con su maquinita descuartizó la palabra “Money” y no sé si el flow. Confieso que no sabía si debía reirme o bailar (optando por lo segundo) y, hablando con otras, fuimos unas cuantas las que no encajamos los visuales que utilizaba: en la pantalla se representaba el dinero, el lujo y el sexo, con muchas mujeres sexys, muy poco copylove. Pablo Peña de Pony Bravo regresó para un set de ritmo, ruidos y secuencias, junto a imágenes de las “riots” británicas del incendiario verano del 2011.

Si Vegas protagonizó el primer segmento del concierto, e Irazoki tuvo un pequeño set (con la interesante “Luego pedirás perdón”, cuya letra es de Guillermo Zapata), el último espacio tras Pony Bravo fue para Roberto Herreros. Algunas de las mejores canciones escritas para la plataforma son de él, y uno de los momentos más intensos del concierto estuvo en Fin de fiesta : “Poco a poco el miedo / ha cambiado de bando / mientras tratáis de entender / qué está pasando”.

¿Nos representan colectivamente? Eso va en cada uno y una, aunque echamos todas de menos menos “rabo” y más mujeres sobre el escenario (con independencia del powerpoint mencionado, y la canción que interpretó Irazoki, Women of the world , que en algo ayudó a “integrarnos”). Sigo con mis preguntas puñeteras. ¿Pueden las canciones de Fundación Robo ser parte nuestra? Digo que sí, definitivamente. ¿Vamos a acordarnos dentro de veinte años de las palabras de estas canciones y seguirán representando nuestros ánimos actuales? Me gustaría mucho más que no apareciera la nostalgia, y a la vez que no se duerma el impulso. Que nos lleváramos las discusiones de las Residencias y la diversión amorosa/conflictiva de estas canciones.

Personalmente, me quedo con, por ejemplo, este momento reciente: al final de la manifestación a la que acudí el día de la Huelga General, volvía a casa en mi bici, e iba tarareando, canturreando y al final cantando una canción a voz en grito por la calle (uno de mis secretos vicios). Se trataba de la misma canción que coreábamos anoche con más entusiasmo (al menos la esquina derecha de la grada): “Esta es mi tierra, esta es tu tierra, desde Calahorra, hasta Formentera”.

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