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(cc) Julio Albarrán

Lo expresivo en la pintura forma parte de lo común, las voces son el origen de la comun-icación, los cuerpos prevalecen en la comun-idad. Al lado de todo esto está el folklore como rito consagrado ¿es el flamenco un rito? La pureza del arte no debe estar establecida invariablemente a pesar que haya quién lo intente desconsiderando las multiformas que aparecen en las (re)mezclas.

Lo que ayer vimos en “Pincel contra Pixel contra Boca” no es un orden establecido de forma encadenada, ni tampoco un argumento emérito de lo que suele ser el flamenco, es un triptico que lanza mensajes y se presenta en forma asimétrica haciendo un guiño a la pureza, cuestionando a los saberes populares como lo plástico puede llegar a meterse dentro como un Aliens que necesita salir.
Del pincel al pixel, del pixel a la boca y de la boca al cantaor que en esta ocasión es Francis Bacon, él mismo convertido en “El rostro del cante no ha encontrado cara”. Esta primera parte del triptico Baconiano nos muestra al modelo (Niño de Elche) sentado en un sillón mientras se proyecta en tiempo real lo que parece una oreja y mientras comienza con el cante, la webcam enfoca directamente a la lengua, los dientes , la campanilla. Cante de primer plano, aquí se intuye la fuerza que luego se expone.

Si Bacon es el cantaor, es el que sigue arremetiendo en el contexto social de lo político distorsionando las caras de gente enferma de poder, lo podrido se representa en los píxeles que quedan tras deformarlo con Photoshop. El reconocimiento de esa verdad arranca las risas de un público que encuentra la similitud de la pintura de Bacon en lo cotidiano de figuras de gobernantes, monarcas y ladrones al uso. El ¡ay! Se adapta al flamenco y las imágenes, el ¡ay! nos recuerda que somos hijas del ¡ay! Y por el ¡ay!.

Un cambio en la escena performática: de la chaqueta al batin de boxeador en contraposición con un monje de Zurbarán. Aquí se (re)mezcla la obsesión de Bacon con el cuerpo, el movimiento y el gusto por T.S Elliot “La canción de amor de San Sebastián” . No puedo definir, por mucho que lo intente, la calidad escenoletravoz del cierre de esta primera parte, me envolvió la nostalgia en cada sonido de guitarra eléctrica desgarrando así, con la voz de “El niño de Elche”, partes del interior de mi recuerdo que me traían a ráfagas a Morente y a Triana.

De allí a “Cantar las fuerzas”. La fuerza son bombas de aire, tubo esófago, inhalación y exhalación,
fuerza aeróbica. Resopla en los oídos el cantaor que fatigado por el esfuerzo vibra y canta a modo de terremoto, experimentando con la voz aquellos sonidos del reflujo. Imágenes cargadas de cuerpos como espacio, a Francis Bacon le han prestado la boca y puede dejarse oír.
El trabajo que está en escena es el que vemos, pero sabemos que hay mucho más que un único personaje que representa. Las imágenes entran al calzo de lo que nos quieren contar, la música no está en presente pero se vive igual, la esencia ¿qué es y para que sirve? Reside en la fuerza.

De aquí a lo terrenal “Entre un aún pronto y un ya tarde” tercera parte del tríptico que cierra el espectáculo entre fogones cocinando Bacon. La pregunta es simple y directa ¿el flamenco qué está perdiendo el norte o el sur? La propuesta en sí es un empeño de diversificar el purismo del flamenco y traerlo con el conocimiento y la consciencia de variar las formas para transferirlo y compartirlo en comunidad. Entre reflexiones y Bacon frito se va formando un bocadillo, lo visual es referente a la figura de un pintor, un cantaor, una sensación, un homenaje, lo mismo da porque “valentía va con b, bebe Baco bacon come, va contando va con varios, bambera va con vaivén ¿ves como va con Baconiano?”

El cantrónomo es el pódium para poner a prueba todos los palos del flamenco, una frase por rondeñas, otra por soleá, otra por bulerías así hasta pasar por todos como el que no quiere la cosa, como el que no modifica los ritmos y los enlaza para terminar.

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