Leviatanes y Secretas

08.04.2012 por Felipe G. Gil, Sofía Coca

Los pringaos, sueñan con leviatanes
flotando en un acuario.
Y se bañan en fuentes
los días destacados.

Los leviatanes sin embargo
inauguran acuarios
y cenan en el Ritz.

Los pringaos por el contrario
quieren entrar al gran hotel
pero acaban bañándose en fuentes
los días destacados.

Como somos pringaos
soñamos con leviatanes
y secretas flotantes
pero acabamos bañándonos en fuentes
los días menos pensados.

Leviatanes en un acuario
no me haréis arrojar.
Leviatanes y secretas
arderéis como infernales panderetas.


Esta podría ser perfectamente una remezcla de la mítica canción “Empresarios y secretas” de Tarántula, sustituyendo simplemente la palabra «empresarios» por «leviatanes» nos sirve como introducción para este texto.

Tal y como indicábamos al final de esta crónica, la ontología que realizamos en febrero sufrió varias actualizaciones durante el transcurso de la 2ª fase de la Residencia Copylove que tuvo lugar del 14 al 17 de marzo. Esto sucedió, en parte, gracias al debate planteado por Débora Ávila y Marta Malo de El Ferrocarril Clandestino que, tomando como punto de partida la ontología original, ofrecieron una serie de materiales que ponían en crisis algunas de las líneas de sentido trabajadas en febrero.

Una de las cuestiones que emergieron de esta primera problematización fue que muchos términos los estábamos usando bajo un único sentido, cuando su propia naturaleza remitía a lecturas ambivalentes. Habíamos tenido la oportunidad de plantear esta problemática con la figura del free-rider durante la residencia febrero, sobre todo al afrontar la dicotomía “Tragedia y Comedia de los Comunes”. En esta última acepción («el uso de aquellos recursos comunes, generalmente los inmateriales, que, pareciendo trágico, realmente está favoreciendo el funcionamiento de dicho recurso»), la acción del free-rider puede ser incluso positiva para la comunidad. (Para profundizar más sobre esta cuestión recomendamos este post en Empresas del procomún).

De todos los conceptos que se relacionan en la ontología, la figura del Leviatán es la que más juego nos ha dado a la hora de repensar nuestras propias prácticas comunitarias. Si extendemos la definición que ya ofrecimos hace unas semanas, entendemos el Leviatán de la siguiente manera:

Thomas Hobbes, definió en su contrato social al Leviatán como la figura a la que el pueblo confiaba su representación; a esa entidad (Estado) las comunidades transfieren plena soberanía para evitar el conflicto provocado por el estado de competición en el que Hobbes imagina a los hombres. El Leviatán, en la ontología del Copylove, se entiende como amenaza para el amor de las comunidades. El Leviatán nace de entender que «el hombre es un lobo para el hombre», es una figura externa que estratifica, homogeiniza y burocratiza las singularidades de las comunidades.

Esta es una definición que parece eximirnos por completo de la amenaza que puede llegar a suponer una comunidad para sí misma, ya que insinuamos que dichas agresiones (esas expropiaciones de lo común) son exógenas al devenir de nuestros colectivos. Si además atendemos a la tal vez inocente ubicación del término Leviatán en nuestra ontología, veremos que situarlo lejos de todo el bullicio copylove refuerza este análisis.

Tomemos como ejemplo las posibles tensiones que se generan entre dos de las líneas de sentido de la ontología, en este caso: «El leviatán burocratiza las reglas de juego» y «La comunidad se basa y genera confianza». Una interpretación un poco simplista y sesgada podría entonces afirmar que «las comunidades molan; el estado y el mercado no molan». Sin embargo, tal vez la ontología puede ser excesivamente bienpensante sobre dónde situar posibles amenazas o posibles leviatanes.

Las comunidades no son algo compacto, uniforme y falto de tensiones. Más bien, son entes dinámicos y cambiantes; como organismos vivos, han de almacenar en su interior procesos convulsos y digestiones pesadas. Si retomamos las frases que hemos extraído de la ontología podemos preguntarnos, ¿Cómo situarnos fuera del mercado? o ¿Cómo desprendernos de una racionalidad que nos empuja a la mentalidad economicista? o ¿Cómo hacer que las comunidades sean espacios de expresión vivos, que se mezclen con su exterioridad y que no tiendan a crear un armazón de hierro forjado?Las comunidades, más allá de un «Leviatán que está ahí fuera», pueden crear sus procesos de burocratización, de estigmatización y/o de esterilidad comunitaria. E incluso dentro de las instituciones públicas (considerándolas como Leviatán) existen comunidades que intentan generar códigos comunes y confianza.

Al fin y al cabo, el Leviatán es multiforme y escalable. Todas lo anidamos en nuestro interior. Un monstruo acaparador capaz de absorber el capital simbólico de una comunidad y construir fronteras que antes no existían. Un monstruo tramposo capaz de disfrazarse de mediador para ejercer poder, control y seguridad. Un monstruo capaz de desdibujar los afectos, de burocratizar las reglas de juego o de romper los códigos comunes.

Por todo esto, es muy importante considerar este devenir Leviatán como una condición a tener muy presente: si bien confiamos en que somos cooperativos y solidarios por naturaleza (los lobos, para los cuentos), también hay que asumir que el Leviatán, como metáfora de un mal externo a la comunidad, es una idea demasiado feliz. El Leviatán, tal vez, lo debemos interpretar como una forma de poder que, más allá de verse concentrado en la máquina estatal, es capilar, diseminado y relacional

En este texto también ha participado Rubén Martínez, uno de los coordinadores de las Residencias COPYLOVE.

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