De códigos a memorias y hackeo porque me tocas

18.04.2012 por Rubén Martínez

(cc) Julio Albarrán

Vivimos en la hegemonía de lo visual (Chiu Longina)

Guillermo Zapata fue el encargado de conducir el cuarto y último día de la Residencia Copylove de abril. Guionista, director de cine, escritor, miembro de Kayros Transmedia, persona hiperactiva en experiencias como El Patio Maravillas y otros procesos de intervención social y, ante todo, un tipo estupendo. Cabalgando sobre la ontología que hemos tomado como tablero de juego, Guillermo se centró en una de las líneas de sentido que nos miraban de reojo desde hacía rato. Si en el primer día de la residencia Marta y Débora movieron ficha sobre los afectos poniendo patas arriba la noción romántica de «amor» y en el segundo Mabel Cañadas se lo jugó todo a la carta de los valores que constituyen a los grupos, en esta última sesión Guillermo apostó por el concepto «memoria» y su relación con las comunidades. En concreto, Guillermo trabajó sobre una de las líneas de sentido presentes en la ontología del Copylove: «las comunidades escuchan la memoria para generar/hackear códigos comunes».

Guillermo empezó con una movida (1) con la que invitó al grupo a situar diferentes formas que nos dan acceso a la información y el conocimiento. En el listado que elaboramos entre todos y todas quedó patente la regla de oro que nos acompaña desde la modernidad: el sentido de la vista es el que centraliza y determina nuestra relación con la memoria. Como señala Mari Paz Balibrea en un análisis sobre los dispositivos visuales de los entornos urbanos:

«Ver es creer. El sentido de la vista es el que más acerca a la realidad objetiva –dice el sentido común– con olvido de las condiciones históricas de visibilidad, de las metodologías y tecnologías de percepción visual que han hecho aumentar vertiginosa e inquietantemente la posibilidad de ver y ser visto por una parte, y por otra el control de esa posibilidad» (2)

En la normalización de cierta iconografía con la que, no solo recordamos, sino pensamos en «lo ocurrido» actúa un dispositivo de poder que es necesario recodificar. Guillermo nos retó a revisar la memoria que vamos adquiriendo sobre algunos conceptos para poder cambiar su código. Sin pensar en el hackeo como una forma de encontrar soluciones o fórmulas pero sí como escenario de experimentación y creación de espacios de intervención, Guillermo nos invitó a reinventar el código de conceptos como «crisis», «barrio» y «huelga». El objetivo no solo consistía en buscar imágenes revisando aquello que capta nuestro sentido privilegiado, sino en activar el resto de sentidos. El gusto, el tacto, el oído y el olfato también nos relacionan con nuestro entorno pese a que no los entendamos bajo el mismo régimen de verdad que ostenta lo visual. Separados por grupos, nos pusimos manos al código.

En el grupo que se ocupó de revisar el concepto «crisis» inmediatamente aparecieron imágenes que siguen circulando por el espacio mediático: «trabajadores de Lehman Brothers abandonando su puesto de trabajo cargando sus cajitas», «gente buscando comida en cubos de basura», «paneles de índices bursátiles como el Down Jones o el IBEX», «retratos de Sarkozy, Merkel, Botín». Imágenes que seguro codificáis de manera exacta todos y todas las que estáis leyendo este post, un perverso inconsciente común que provoca jaquecas al «cerebro colectivo» y que amenazan con volverlo inoperante . Estos relatos visuales –producidos en gran parte por los mass media– buscan determinar cómo entendemos la crisis, esto es, como período decadente, dependiente de agentes externos que acumulan poder político y económico; un fraude de esos «mercados» que son viva expresión de la no-imagen. Un relato que nos sitúa como agentes pasivos, un cromo donde aparecen ciudadanos temblorosos que en la sala de espera van recibiendo noticias sobre el resultado de las intervenciones públicas.

La memoria es obra de ficción (Chris Marker)

Frente a esa ficción, frente a la acumulación de imágenes impropias construidas por medios lejanos a nuestro control, nos reunimos de nuevo en grupos para hackear el código en una búsqueda –tan rápida y desinhibida como intensa– de otro imaginario posible. Y, la verdad, no nos hizo falta demasiada imaginación. Movimientos como el 15M o Occupy Wall Street nos daban suficientes claves para recordar y activar otra memoria de la crisis: «caretas de V de Vendetta», acampadas y yayofalutas, «pancartas con No es una crisis, es una estafa» o «No es una crisis, es que ya no te quiero», «monedas sociales como el boniato o el puma» o –aquí tal vez sí activamos un poquito nuestra imaginación– «imágenes de la actual toma de la Zarzuela». En esta otra memoria encontramos imágenes que, frente a las ideas de debacle y espera de soluciones que otros han de poner en marcha, nos conducen a un escenario de lo posible que nosotras mismas empujamos, un paradigma ya en marcha basado en lo común, la reciprocidad y, afortunadamente, lleno de alegría y humor. Los olores, gustos, sonidos y texturas de la memoria mediática también se enfrentaban a la que hemos ido construyendo: de «recibir tortas con la mano abierta» o «notar el vacío como el Coyote antes de caer por el abismo» a escuchar «caceloradas y cánticos que superan el espacio natural de las plazas» y «sentir la alegría y los cuerpos de otros y otras en las protestas». El mensaje era claro: otras memorias ya están en marcha y las hemos interiorizado, tan solo es necesario invocarlas para activar su potencial subversivo.

Tan pronto ponemos la biblioteca, ya podemos inaugurar el centro social. Es nuestro fetiche. (Guillermo Zapata)

Después de poner en común los diferentes códigos que configuran la memoria de «crisis», «barrio» y «huelga», así como los hackeos propuestos por los grupos, Guillermo planteó diferentes categorías interpretativas para pensar los relatos que naturalizamos o reprimimos en nuestras propias prácticas comunitarias (el tufillo freudiano que está cogiendo este post es cosa del relator, por favor no hagáis responsable a Guillermo). El objetivo era detectar los caminos prescritos y proscritos en las genealogías de los grupos.

Cuando nos narramos, cuando relatamos nuestras experiencias comunitarias, a menudo nos agarramos a aquello que pensamos dota de un mayor sentido fundacional al proyecto, algo que destacamos por encima de otras vivencias. Un relato “oficial” conducido a veces por inercias, propulsado por una forma de pensar las genealogías de los grupos que no dialoga con la riqueza producida por el conjunto de memorias que consolidan una experiencia colectiva. La ontología del Copylove expresa que necesitamos «crear/hackear código común para la acción» y, para ello, es probable que debamos hacer algo más que una mera historiografía de los puntos calientes de nuestros proyectos. Guillermo ejemplificaba esta idea hablando del Patio Maravillas, donde, si bien el grupo promotor está formado por amigos/as que se conocen mucho antes de la puesta en marcha del Patio, esta es una realidad que no suele narrarse para explicarlo. Ese conjunto de sujetos interdependientes que han compartido y comparten sensaciones y conocimientos, esas vidas entrecruzadas que son una de las bases del proyecto, ese elemento esencial de la experiencia grupal, eso, todo eso, se asume como procomún invisible.

A raíz de ese planteamiento, Guillermo nos comentó las diferentes formas de memoria que pueden atravesar un grupo. Por un lado, la idea de memoria como relato grupal, aquella memoria capaz de visibilizar los procomunes invisibles, un memoria formada por vivencias cruzadas que muestran la complejidad de lo vivido, donde las crisis y las angustias también conforman el relato. En segundo lugar, la memoria como acta; las actas como listado del proceso, como registro sintético y cronológico que acaba siendo espejo opaco de los procesos más micro. En tercer lugar, la memoria como frontera, aquella memoria que identifica a los que están dentro y los que están fuera. Un relato que divide a los que gestionan el espacio de los que hacen uso de él, a los que dan acceso de los que acceden. Por último, Guillermo distinguía dos modelos de memoria, la abierta y la cerrada. La abierta como memoria viva, conjunto de experiencias que todavía no se pueden asimilar porque están en pleno proceso. Al otro lado, la memoria cerrada, el relato ya asimilado, algo que ya se puede contar puesto que podemos situar claramente su punto de inicio y su final.

De entre todas ellas, en la memoria cerrada y en la memoria del acta se conforman una serie de inercias que, al parecer, es necesario siempre tener en cuenta pese a que no se sabe muy bien para qué sirven. Una serie de costras que, si bien en algún momento respondieron a una intención, ahora no son más que fetiches. Los valores que nos llevaron a usarlos alguna vez han quedado ensombrecidos por el fetiche. Para ilustrar esta idea, Guillermo nos ofreció un gran ejemplo: la biblioteca como fetiche de los centros sociales:

Todos los centros sociales, todos y cada uno de los centros en los que he participado tienen una biblioteca, pero nadie las usa.» (...) «Para poder okupar un espacio hacen falta dos personas fundamentales: El que corta con la cizalla la cadena de la puerta e, inmediatamente, el que entra con los libros y monta las estanterías de la biblioteca.

Este fetiche no nace de la nada, las bibliotecas responden al deseo de ofrecer un servicio cultural pese a que rara vez lo cubren. El acceso a la cultura está más presente en el conjunto de actividades de estos espacios que en las baldas de las bibliotecas. Pues bien, al parecer, estamos bastante rodeadas de esta especie de amuletos. Guillermo nos invitó a detectar los fetiches convocados por las memorias cerradas de nuestras experiencias grupales, aquellos elementos o procesos que siempre hay que poner en marcha pese a que sobreviven en una paradoja: nunca responden del todo al objetivo que en teoría han de cubrir pero nos resulta casi imposible no hacer uso de ellos. Divididos de nuevo en grupos coincidimos en señalar muchos fetiches que rodean nuestras prácticas. Aparecieron ejemplos como: «el hashtag de todo evento cultural o proceso social», «todos los procesos tienen que ser participativos», «el ordenador siempre tiene que estar presente, incluso cuando no lo usas o molesta», «hay que emitir todo en directo», «paredes llenas de post-its», «todo proyecto tiene que tener una marca o logo distintivo», «sin power point no hay sesión formativa que valga», «rondas de presentaciones al iniciar una sesión diciendo tu nombre y a qué te dedicas para concocerse» y un alargado etcétera. El objetivo era no solo listar estos fetiches, sino recordar el objetivo que en una ocasión querían cubrir y que la memoria cerrada ha convertido en necesarios, insustituibles pero casi inútiles.

Para que la memoria pueda crear códigos comunes que nos lleven a la acción ha de poder ser hackeable, complejizable, ha de poder huir de los fetiches y poder detectar, una vez más, los procomunes invisibles. Porque para conocernos, mejor que listar nuestros currículums, es necesario poder tocar nuestras vulnerabilidades, encontrarnos en nuestras torpezas. Lo primero es más solemne, lo segundo es más Copylove.


(1) Frente a la implacable insistencia de Txelu Balboa para que no usáramos “dinámicas” cuando nos referimos a un ejercicio participativo propuesto por el dinamizador de un taller, hemos optado por el noble concepto “movidas”. Si bien carece de un uso frecuente para referirse a eso, el término ha sido muy copylove, nos ha servido para entendernos y para provocar más de una carcajada.

(2) Mari Paz Balibrea en el artículo ‘Descubrir Mediterráneos. La resignificación del mar en la era postindustrial’

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